martes, 14 de octubre de 2014

FOBIA




Tito era el adolescente promedio de hoy en día. Es decir, pasaba un promedio de 8 horas frente a una pantalla, no importaba cuál; podía ser del celular, el televisor, la computadora o el velador de la pieza, y tenía un promedio de 5 en todas las materias del colegio. Frente a la pantalla parecía desaparecer el mundo a su alrededor. Uno podía acercarse por la espalda, silbarle o hacer morisquetas frente a él, que mientras no hubiera contacto físico no acusaba recibo de la presencia de otra persona en su cuarto.
Su madre siempre intentó buscarle una explicación médica y psicológica a las actitudes de Tito, pero Jorge, el padre, sostenía que a esa edad todos los pibes eran así de pelotudos. Distintas visiones.
Tito vivía con sus padres, su hermana pequeña y sus abuelos. Su abuelo Mario, hombre de pocas palabras y en otros tiempos muy compinche del joven, observaba todo desde su mecedora en un rincón de la casa. Hacía rato que las neuronas no funcionaban muy bien y Don Mario confundía el televisor con la ventana y podía pasarse una hora mirando el microondas encendido convencido de estar mirando “La Danza de la Fortuna”.
Todo transcurría normalmente hasta ese día en que Tito, muy concentrado ametrallando iraquíes en su nuevo juego de Play Station, se sintió distraído por una sombra que cruzó la pared de lado a lado a gran velocidad. Miró hacia la ventana buscando el reflejo de algún auto en la calle o alguna luz entre las hojas pero no parecía venir de allí y no le dio importancia.
Al día siguiente exactamente a la misma hora Tito volvió a tener la misma sensación, esta vez mientras tiraba una granada en una madriguera de afganos ya que había subido un nivel en el juego. Se quedó inmóvil, mirando la pared, esperando enganchar “in fraganti” la sombra que lo hacía desconcentrar. Hasta que ahí la vio por primera vez. Una araña del tamaño de una mano salía de un agujero arriba del marco de la puerta y se deslizaba a gran velocidad por la pared para terminar escondiéndose detrás de un mueble viejo con libros.
Tito entendió en ese momento que si no atrapaba a ese bicho antes de acostarse le iba a resultar imposible conciliar el sueño. Fue a la cocina y buscó un frasco vacío, haciéndole unos agujeros a la tapa volvió a la pieza en busca de su presa. La esperó pacientemente, como esperó a los afganos unos minutos antes en la pantalla de su televisor. Después de dos horas, y cuando ya estaba por entregarse, detrás del segundo estante, ahí mismo donde estaba la colección completa de libros de Claudio María Domínguez, que había comprado su madre, asomó una pata el invertebrado tratando de volver a su guarida. Tito, en un movimiento magistral de su muñeca, entrenada a fuerza del FIFA 2013 y de otros menesteres que no vienen al caso, logró que la bestia cayera en la trampa, y como un trofeo de guerra la llevó hasta la cocina para que la vean sus padres. Con un gesto de suficiencia dejó el frasco arriba de la mesa, lo que provocó un desbande y gritos de su familia que todavía se encontraba  cenando.
La encontré en mi pieza- dijo señalando el frasco con su dedo índice y con la voz temblorosa, mezcla de miedo y orgullo.
La madre de Tito desde la mesada de la cocina señalaba el frasco al grito de : -“Seguro que hay más!” - y le rogó al joven que al otro día por la mañana llevara el frasco con el animal -para ella era un animal- a que lo viera el veterinario y le aconsejara la mejor manera de combatir esas arañas. Temprano, después de desayunar, Tito se dirigió hasta la veterinaria para consultar sobre su “nueva mascota”; entró con el frasco bien a la vista como los cazadores que posan junto a los animales gigantes del África. El veterinario, que estaba serruchando una costilla de asado que se le había atravesado a un chihuahua en la trompa, levantó sus anteojos y mirando el frasco le dijo:-¿De dónde sacaste eso?- y agarrando al joven del brazo lo hizo pasar a la parte de atrás del negocio. Con mucho cuidado agarró el frasco y poniéndolo al trasluz de la ventana lo observó por un largo rato.
-¿Vos sabés lo que tenés acá?-le dijo- No, vos no tenés idea de lo que hay en este frasco! Ésta es una Mantisatea Espectrae macho, y éste debe ser uno de los últimos ejemplares vivos en el mundo. La Mantisatea- explicaba el veterinario- es un ejemplar que está condenado inevitablemente a la extinción, ya que el macho asesina a la hembra exactamente después de la copulación, lo que no le da tiempo para tener sus crías y por consiguiente no permite la proliferación de la especie. Cosas de la naturaleza- agregó el profesional-.
Después de explicarle a Tito los cuidados que demandaba la araña, y aclarándole que era imposible que hubiera otro ejemplar cerca, le recomendó que publique unas fotos del arácnido en internet, ya que según había leído en una revista de ciencias el valor del hallazgo era incalculable. Tito no le dio mucha bolilla, para él era una araña común y corriente, anduvo varios días con el frasco por la casa haciendo bromas y asustando sobre todo al abuelo Mario, que sufría un ataque de fobia cada vez que percibía el posible contacto con esa araña de enorme contextura, quedando durante varios minutos bajo un estado de taquicardia y sudor frío, lo que provocaba las risas de Tito.
Unos días después el joven publicó unas fotos de la Mantisatea en su Facebook para bromear con sus amigos, y entre varios mensajes mofándose de la veracidad de las fotos le llegó un mensaje privado que decía: “Por favor, retire las fotos de la araña y póngase en contacto conmigo urgente. Mi nombre es Luan, soy el director de la Reserva de Especies Naturales de Corea. Páseme su teléfono que lo llamo. No le cuente a nadie lo que encontró. Gracias”. Tito, dando por descontado que se trataba de una cargada, buscó en internet y efectivamente el director del Instituto se llamaba Luan, así que con un poco de desconfianza le pasó el número de su celular al desconocido. A los dos minutos exactos el celular de Tito sonaba y en la pantalla se leía “privado”. Atendió y del otro lado del teléfono una voz en un español muy enredado le decía:
-Vo ser Tito Artelli? Diga cuánto quiere por araña. Trecientos está bien?-agregó-.
- Trecientos?- dijo Tito, entremedio de una carcajada, pensando en qué infradotado podía gastar trescientos pesos en una araña.
-Si, trecientos mil dólares es mi única oferta!-afirmó el hombre- pero por favor no le diga a nadie que tiene la Mantisatea. Ahora le mando un mail con mis datos así cerramos la operación; Eso sí, tenemos que hacer todo por intermedio de las embajadas. Es todo legal y a mi gobierno le interesaría mucho que el último ejemplar de esa maravillosa araña quede en mi país para lograr una posible clonación a futuro y conservar la especie –cerró el coreano-.
Tito quedó mudo. Cortó el teléfono, agarró el frasco y se dirigió a la cocina donde estaba la familia reunida. El abuelo Mario se estaba terminando de cambiar ya que recién lo habían bañado y parecía encontrarse en un mundo paralelo, si percibir lo que pasaba a su alrededor. Una vez reunidos todos, Tito puso el frasco sobre la mesa y le contó a su familia lo sucedido. Detalladamente les explicó que esa araña peluda que estaba en el frasco de duraznos era la última en su especie y que se la habían reservado de un lejano país asiático,-creo que son chinos- dijo mientras les transmitía la oferta económica que le hicieron por el bicharraco en extinción. Mientras charlaban, una llamada oficial desde la embajada de Corea confirmaba las palabras del chico. Estaban citados para el otro día en el barrio de Palermo a pasar por la embajada y firmar todo el papelerío, ya que el gobierno coreano era inflexible con la ley de contrabando de especies.
Como toda familia pobre que por un golpe de gracia se encuentra ante una carretilla llena de dinero, empezaron a planear lo que iba a hacer cada uno con su parte. Tito aclaró que antes que nada, ya que él había sido el del hallazgo, se iba a comprar la Play Station 4 y un Led de 60 pulgadas y que iba a instalar todo en una pieza nueva que se iba a hacer en el fondo de la casa para que nadie lo moleste. La madre ya calculaba con pasos largos las dimensiones de las reformas que le iban a hacer a la casa y la ubicación de los muebles de algarrobo que siempre había soñado tener en su cocina y Jorge, el padre, se imaginaba sentado en su Megane 0km paseando para la envidia de los vecinos de al lado, que hacía un mes se habían comprado un Renault 11, viejito, pero que estaba bien paradito y que, según él, lo dejaban estacionado en la puerta del garage de su casa porque sabían que ellos no tenían auto.
Y vos abuelo, qué querés?-preguntó Tito con un nudo en la garganta, mirando a su abuelo con la sensación de al fin poder devolverle algo de lo que aquel gran hombre le había brindado durante su niñez-.
Don Mario, que le estaba echando talco a sus pantuflas, cerrando los ojos y haciendo un gesto con la mano como de espera, se despachó con un estornudo que hizo temblar todo.
Todos vieron el girar interminable del frasco en el medio de la mesa, pero no atinaron a nada. El recipiente, después de amagar quedar parado, cayó de costado sobre un cenicero de hierro haciendo estallar los vidrios. Todos se quedaron helados. La Mantisatea macho estaba libre y apuntando hacia el abuelo Mario, como un toro de lidia preparado para atacar y dar su cornada mortal.
En el mismo momento que Tito se disponía a traer una caja de cartón que había en su pieza, la pantufla de Don Mario cortó el aire con un zumbido y como un rayo cayó pesadamente sobre el arácnido provocando un ruido muy parecido a cuando uno quiebra un huevo en el filo del sartén, dejando un líquido verde y viscoso sobre la mesa. Una nube de talco invadió el ambiente al mismo tiempo que el viejo decía:-Ya está!...Ya está!…ésta no pica más a nadie, je.-
La sorpresa, seguida de la desolación, inundó el ambiente. Lentamente se levantaron y cada uno se fue a su habitación. Nunca más hablaron del tema, como si hubieran firmado un pacto de silencio. Los coreanos insistieron con los llamados telefónicos durante tres o cuatro semanas y no llamaron más, tal vez convencidos de que habían sido engañados por un burdo photoshop.
Tito sigue jugando a matar iraníes con la play todos los días, y cada tanto, mira el agujero en la madera arriba de la puerta de su habitación, como quien mira Crónica TV los domingos a la noche esperando acertar los números del Quini 6.
Al fin y al cabo los sueños de los pobres son así, efímeros, breves, duros… casi casi como un chancletazo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario