lunes, 22 de septiembre de 2014

LUGARES

No estaba en París
ni en Roma.
Tampoco en Londres
a las cinco de la tarde.
No caminaba por los Jardines Colgantes
en Babilonia,
ni miraba el mundo desde la Gran Muralla.
No respiraba el aire de Belén,
donde nació tu dios.
Mis ojos no contemplaban asombrados
el rojo encantador de los tulipanes
en Flevolanda.
No estaba aturdido
por el silencio del Gran Cañon
ni por el estruendo
de la Garganta del Diablo.
Pero sí estaba en el patio de mi casa,
acostado en el pasto.
Un olor a humedad de caracol,
el mismo de mi infancia,
inundaba la sombra.
Tierra de la calle,
calle de tierra,
me caía en los ojos.
Boca arriba
adivinando el sol entre las hojas,
extendí largos los brazos
sobre el verde.
Entonces fuí feliz,
en el lugar donde
viví todas mis vidas,
y donde espero morir
mi última muerte.
P.S.

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